Un letrero en la vía, con las letras pintadas con aerosol negro, impiden leer hacía dónde conduce una carretera despabimentada a mitad de camino entre Sevilla y La Uribe en el Valle del Cauca. Los foráneos, aquellos que van de paso, lo ignoran; los habitantes de Sevilla, saben que uno de los mensajes tapados con aerosol negro dice: “San Antonio”, aunque a veces, ellos también lo ignoran.
El letrero sigue allí, como una escultura borrosa que ve pasar, por una parte, a los viajeros; y esa misma escultura, es quien le da la bienvenida a los campesinos que viven, cultivan y han sentido el rigor del conflicto armado en esta zona del país. San Antonio tiene el homónimo del Santo de Padua, aquel franciscano que fue canonizado y que es reverenciado por muchos a lo largo del mundo, tanto por interceder en asuntos del corazón, como por ayudar a encontrar objetos perdidos. O, en este caso, ayudar a nombrar un caserío perdido en las montañas de la cordillera central.
Fotografía por: Alejandro Escobar Hoyos
San Antonio es uno de los seis corregimientos que componen administrativamente Sevilla, los otros son Buenos Aires , Corozal, Cumbarco, La Cuchilla y Quebrada Nueva. Todos con vocación agrícola, cafetera. Pero San Antonio tiene una marca, una huella, el estigma de haber vivido —y aún vivir— el conflicto armado. Tal como lo enuncia el medio de comunicación Rutas del conflicto, especializado en registrar y documentar alrededor del conflicto armado en Colombia:
Aparentemente, esta zona sería un campo de batalla del grupo residual de la columna móvil Adán Izquierdo de las antiguas FARC, que buscaría extender su poder e influencia en la zona montañosa del Cauca y del Valle. Refiriéndose a la autodenominada ‘compañía Adan Izquierdo’, la Defensoría del Pueblo alertó en agosto de 2021 que “dicha facción se presume representa un desdoblamiento estratégico del accionar de la Columna Móvil Dagoberto Ramos desde el norte del departamento del Cauca, con el fin de hacerse al dominio de territorios que anteriormente fueron controlados por el Frente Sexto y 50 de las antiguas FARC-EP”.
Al llegar al corregimiento, vemos a una madre que viene caminando con su hijo, un niño de unos diez años que está por entrar a la adolescencia. Ambos saludan, sonríen. Justo en el parque central -y único de este corregimiento- las montañas se ven detrás de la I. E. Santa Teresita, una parte de estas montañas están cultivas; la otra, tiene el follaje de un bosque.
La mujer —de nuevo sonríe— y pregunta:
—¿Ustedes son los que van a dar el taller?
—Sí, somos nosotros. Nos demoramos en llegar porque estábamos un poco perdidos y algunas demoras en el pueblo. Usted discúlpenos.
La mujer, vuelve y sonríe, al igual que su hijo.
—No se preocupen, lo importante es que ya están acá, que pudieron llegar.
Narradores de la Memoria (2025) se movió a un caserío plagado de historias, de infancias saturadas de esperanza, de adolescentes impregnados de deseos, de hombres y mujeres que tienen el don de la cordialidad y el cuidado. Narradores se asienta este 2025 en un territorio de historias donde se encuentran aquellas poco escuchadas.
Este año se tomó la decisión de ir a zonas rurales más alejadas, con la convicción de que en estos lugares laten las historias que aún no han sido registradas. De ahí que en esta ocasión la mirada se posara sobre el municipio de Sevilla, pero no propiamente sobre su casco urbano, sino sobre uno de sus corregimientos. El tomo del Informe Final de la Comisión dedicado al Cauca y Valle del Cauca, registra cómo Sevilla ha sido —como tantos otros pueblos— azotado por olas de violencia en diferentes épocas. Estas van desde La Violencia partidista, guerrillera o paramilitar, delincuencia común, entre otras. Sevilla encarna la complejidad de las comunidades campesinas.
Tal como lo relata el historiador local Alvaro Pineda: «Sevilla hace parte de la cuarta oleada de la colonización antioqueña. Sevilla es el último bastión en la cordillera central, es el último pueblo que se dio de la colonización antioqueña. El movimiento que había de café en Sevilla era impresionante y el desarrollo que tuvo en los primeros treinta años del municipio fue vertiginoso. Era tanto que, a Sevilla la fundaron en 1903, y en 1928 ya se estaba pensando en hacer un aeropuerto cerca del pueblo, porque la producción cafetera que tenía era increíble. En los años cincuenta, como te digo, fue declarada honoríficamente la Capital Cafetera de Colombia, se disputaba el primer puesto con Manizales. Tenía, pues, miles de fincas, alrededor de 5000 fincas productoras de café».
La plaza principal de Sevilla, La concordia, es ajetreada: carros y personas se mueven de un lugar a otro, parece un movimiento caótico que no lleva a ninguna parte. Pineda continúa con su relato: «Todo eso cambió de pronto. Sevilla fue un bastión liberal muy arraigado, y hubo una cantidad de desplazamientos, de masacres en las veredas. En estas mataban, asesinaban diez, doce personas de un lado; y entonces del otro lado iban y mataban aquí quince; después volvían y otros cinco, ¡eso fue horrible! Y eso desplazó muchísima gente. La violencia en el campo y hablando de San Antonio, fue desastrosa para esa época».
Sevilla, al igual que muchos pueblos en Colombia, suele recibir personajes anónimos y particulares, que cargan con historias a sus espaldas. Como el caso del médico Hector Abád Goméz, quien llegó a Sevilla producto de la violencia en Antioquía y luego tuvo que volver a migrar. Este médico humanista famoso por su defensa de los derechos humanos y cruelmente asesinado en las década de los ochenta, también caminó por las calles de este pueblo cafetero antes de formarse como médico y alzar la voz en contra de la violencia.
A su vez, llama la atención del relato de Pineda, algo que algunos llamarían una “curiosidad histórica”, a saber, en Sevilla vivió y trabajó un expresidente de Ecuador. Cuenta el historiador: «… también en los años treinta hubo una gran cantidad de movimiento intelectual en Sevilla, producido por personajes que fueron llegando aquí. Por ejemplo, hubo un señor que fue presidente del Ecuador varias veces y en ese intervalo de gobiernos, él fue a Sevilla y allí ejerció de rector de un colegio en el municipio. Imagínese, un rector de un colegio, expresidente del país de Ecuador, estamos hablando de José María Velasco Ibarra». Un presidente, un médico defensor de derechos humanos, y cientos de campesinos atravesados por la historia y el olvido han vivido en Sevilla.
Sevilla es un municipio que tiene una riqueza cultural evidente, sus fiestas, el Festival de la Bandola, los lugares dedicados a la cultura en el municipio resaltan. Es esa complejidad la que llamó a Narradores de la Memoria, saber que este pueblo que ha vivido las formas de la violencia, y a su vez, también alberga la posibilidad de la creación y la cultura. Y cómo esta posibilidad creativa no se agota en el pueblo, si no que late allí también en las zonas rurales.
La cultura atraviesa Sevilla a lo largo de su historia, tal como lo señala Álvaro Pineda: «Entonces, en Sevilla hubo grandes poetas, pintores y escultores. Estuvo un alemán que tomó fotografías en la Segunda Guerra Mundial y se trajo unas cámaras y registró momentos muy importantes ahí en Sevilla. Se llamaba Arthur Weimberg. Llegó migrando de Alemanía y murió acá en el pueblo. También ha habido un movimiento de festivales en Sevilla, casi cada mes hay uno o dos eventos culturales, sí, generalmente de música Jazz. Hay música para todos los géneros, ahí está también en los años ochenta se creó el Concurso Nacional de Música de Carrilera que rescataba toda esa música campesina, montañera y que se ha venido haciendo —lastimosamente— de manera intermitente, pero que pues por lo menos el año pasado se hizo, y espero que que continúe realizándose. Es un concurso muy bonito, porque permite que el campesino demuestre allí su su talento».
Por su lado, a casi 30 o 40 minutos del casco urbano de Sevilla, arriba en las montañas, está el corregimiento de San Antonio, éste tiene pocas calles, es un caserío pequeño. Hay cantinas, más bien salones, con mesas donde algunos hombres y mujeres escuchan música popular y beben licor. Mientras ellos beben, a unos pasos se encuentra la capilla del corregimiento, el sacerdote —al igual que los borrachos— tiene un parlante que quiere competir con el de las cantinas. El ruido en ese momento no quita la tranquilidad de la estatua de San Antonio que está en el centro del Parque. La estación de policía aún preserva indicios de hostigamientos que ha tenido que repeler; los policías permanecen acuartelados. Entre la iglesia y la estación de la policía está el colegio del corregimiento, el lugar donde este año Narradores de la Memoria se asienta para cultivar y cosechar historias.
La historia de San Antonio es huidiza, se mueve en los registros orales de los campesinos y perdura en la memoria de los curiosos. Es un registro frágil que, en cualquier momento, puede caer en el olvido. De ahí que lo que menciona Pineda, el historiador local, sea tan importante: «el tema de San Antonio es difícil, por esas veredas colindantes con San Antonio fue demasiado la violencia liberal y conservadora. Si uno habla con las personas que vivieron esa época, cuentan de la cantidad de masacres y de cosas horribles que pasaron por estos lugares. También para la época de los noventa hubo tomas guerrilleras donde se enfrentaban con la policía y el ejército».
Las puertas de la I.E. Santa Teresita se abren como una gran sonrisa, y es una mujer la encargada de los servicios generales de la institución, la que corre las puertas con otra gran sonrisa en su rostro. Esta mujer solo confirma lo que ya sabe, que esos cuatro jóvenes que van ingresando al salón son hijos de campesinos —son ellos mismos campesinos— que han trabajado y padecido la tierra. La trabajan y por trabajarla y habitarla, tienen en sus cuerpos las marcas del tiempo y el sol.
Tres de estos cuatro niños, viven por fuera del caserío, se ven impecables, se arreglaron cuidadosamente para los talleres de Narradores. Al preguntarles cómo hicieron para llegar, uno de ellos responde:
— Fue fácil, mi primo y yo vinimos en la moto. Pero a veces nos toca bajar a pie, pero esos días bajamos corriendo para que nos rinda la caminada, porque si no, nos demoramos dos horas.
La última de la sesiones, estos primos llegarán con el sudor corriendo por sus cabezas. Ese día no les podrán prestar la moto, pero ellos no le verán problema a correr por las carreteras despavimentadas y bajo el calor del sol.
Jóvenes que no tienen el peso del pasado y ven la vida como un horizonte abierto. Correrán, sabiendo que abajo en San Antonio van a poder grabar ese día su primer pódcast. Ese día se escucharán, oirán sus voces y sabrán cómo se oyen.
Otro de los niños, un indígena; un tanto silencioso pero sagaz, observa, escucha y opina cada vez que quiere. Tiene en sus palabras el sentido de la prudencia. Pero la magia la tiene en las manos. Él pertenece a un resguardo Nasa que existe en la zona rural de San Antonio, así que ha heredado el arte del tejido. Este niño de trece años, teje bolsos y confiesa que le gustó la sesión sobre El Informe Final de la Comisión de la Verdad. Las historias tejidas por el Informe se mueven en su cabeza como los hilos por sus manos.
El último de estos jóvenes, el más pequeño, el que vive en el pueblo, y que arribó a Narradores tomado de la mano de su madre, sonríe. Las historias del Informe Final le parecen dolorosas: padres que pierden a sus hijos, dolores en los ombligos, bicicletas en medio de la guerra. Aun así, este niño no pierde su tranquilidad, tiene la virtud de leer el pasado sin el rencor y el dolor que llegan con los años. Su mirada es diáfana. Al terminar de escucharlo, vuelve a su puesto con la lentitud de un sacerdote que acaba de terminar su ritual religioso. El niño ha contado una de las tantas historias de la guerra, ese niño se ha vuelto palabra, leve, sin peso y con la tranquilidad de quien ha terminado, se sienta y sonríe.
El letrero que tiene borrado el nombre de San Antonio no impidió a Narradores de la Memoria ir, buscar y encontrar —guiados por el Santo patrono de las cosas perdidas— aquellas historias de estos jóvenes campesinos. Las historias, sus voces y dibujos, las palabras y sus silencios, son el material con el que Narradores de la Memoria gestó encuentros alrededor de las recomendaciones del Informe Final de la Comisión de la Verdad, la fuerza silencio de la ilustración (y el dibujo) y el poder narrativo de las historias creando un magazín sonoro de estas historias que habrían quedado gravitando invisibles en los eslabones de la memoria de sus protagonistas.
Dirección general y textos: Christian Camilo Galeano
Coordinación, dirección de contenidos y fotografía: Jessica Arcila Orrego
Formador Informe Final CDLV: Christian Camilo Galeano
Formador ilustrador: Laura Henao – Nube
Formador pódcast: Diego Alejandro Arcila Orrego
Realización audiovisual: Insign
Montaje Web: Harrys Tapasco
Apoyo logístico: Luisa María Orrego
Apoyo espacios de formación y fotografía: Alejandro Escobar
Apoyo en campo Sevilla – San Antonio: Juan Sebastián Carmona Aguilar
Comunidad corregimiento de San Antonio