Un zumbido retumba en los oídos, cientos de abejas giran alrededor de Noralba. Ella continúa generando una humareda para tranquilizar a las abejas. El zumbido de las cientos  — por momentos parecen miles— retumba y dificulta escuchar a esta mujer campesina que vive y trabaja en las montañas de Santa Rosa de Cabal. Todas las abejas obreras protegen a la abeja reina.

«Somos nueve hijos, mi mamá nos crió a nosotros solitos. Vivimos siempre en finca, pues ya salimos  al pueblo a estudiar,  pasó el tiempo, ya ella se fue para el pueblo del todo. Vendimos esa finca en  Santander. Ya cuando yo tenía veintitrés  años y me vine por acá a estas tierras de Santa Rosa. Hace veintidós años estoy acá en Santa Rosa de Cabal. Me casé, tengo dos hijos, mi esposo, y  soy apicultora. Trabajamos nuestras colmenas». Las abejas siguen retumbando, van de un lado a otro. Esta colmena se encuentra en una vereda entre Santa Rosa, Pereira y Dosquebradas. Al fondo se ven las montañas del imponente Parque Natural de los Nevados. El paisaje está atravesado por los cultivos de Pinos de Cartones de Colombia y fincas de pastoreo. El paisaje rural es un gran retazo de verde. 

Noralba encarna la tradición de las mujeres santandereanas, fuertes y altivas. Aunque si uno la mira de lejos, parece una mujer de postal, apacible — por fortuna, las imágenes nos engañan—. Esta mujer con su esposo recorren las montañas de Santa Rosa de Cabal de apiario en apiario  dando continuidad a lo que aprendió de su madre: « aprendí de mi mamá, pues lo que sé en estos momentos: trabajar la tierra, sembrar, a que en todo lo del proceso del cacao, porque pues allá es zona cacaotera, como se siembra una mata de yuca, plátano. Con el  cacao, tostar chocolate y tostar el café. Todo lo de eso nos enseñó mi mamá».

Una abeja obrera en condiciones normales de un ecosistema puede volar alrededor de un kilómetro para recolectar el néctar para la colmena. Esa normalidad cada vez más anormal implica bosques, capa vegetal abundante, variedad de flores y frutos, fuentes de agua. Sin embargo, la ampliación de la frontera agrícola, la deforestación, los monocultivos, el uso de pesticidas para aumentar la productividad de los cultivos, desplaza de manera directa a las especies animales, incluyendo a las abejas. En condiciones adversas, que ya están siendo más comunes de lo normal, las abejas pueden llegar a recorrer trece kilómetros a la redonda buscando el polen de alguna  escasa flor. Detrás de estos factores particulares, también afecta un factor global: el cambio climático. Este altera las temporadas de lluvia y de verano generando un caos climático, entre muchas otras consecuencias, la época de floración de las plantas y árboles se ve afectada. Esos recorridos extensos de las abejas afectan la calidad de la miel, pero más que la calidad, son el indicio de la pérdida de flora y de ecosistemas saludables. Las abejas se lanzan en travesías cada vez más extensas para hallar una flor, un bosque, ya que solo encuentran pastos, plantaciones de pinos o se topan — para morir allí— con cultivos de aguacate.

«Pues este año llevamos esperando prácticamente 8 meses porque cosechamos en enero y ya no volvimos a cosechar más. Entonces, la miel que tenemos en estos momentos es reserva  de diciembre y enero porque este año no se ha podido cosechar en estos lados. Por el cambio climático, hay mucho invierno. En Invierno los árboles no florecen o si florecen el néctar está muy lleno de agua. La mayoría del néctar se lo lleva el agua, entonces no se ha podido cosechar por eso».

Noralba es heredera de un legado campesino. Las abejas siguen volando de un lado para otro, buscan penetrar el traje de protección para acertar un pinchazo mortal —para ella— y alejar así a la amenaza que sienten sobre la colmena.

«Mi mamá no tuvo estudio. Me medio el bachiller porque no se podía más. Ya ahora Fernanda [la hija de Noralba] está en la universidad, entonces se va subiendo la forma de vivir, ya que ya hay espacio para que ella pueda ir a estudiar. Sí, es un cambio muy muy drástico». Ese giro de ver al pasado y contemplar a su madre trabajando en varios oficios, luego asumir su fuerza y construir un proyecto con su esposo alrededor de las abejas y ahora ver a su hija estudiando veterinaria. Toda una cadena  de esfuerzos, prejuicios y luchas se tejen alrededor de las mujeres de esta familia. Las abejas siguen rondando de un lado para otro. Si llegan a acertar y pinchar con su aguijón a algún desprevenido, las demás irán a seguir con la tarea de proteger la colmena. Cuando se es picado por una abeja se queda marcado. Noralba está marcada por estos insectos desde hace varios años ya.

Hay que recordar que las abejas son insectos que están en casi todos los continentes —menos en la Antártida y el Polo Norte—, es uno de los insectos más antiguos que pueblan el planeta hace más de treinta millones de años. A su vez, se conocen más de veinte mil subespecies divididas en por lo menos siete familias. National Geographic referencia una y otra vez la importancia para la supervivencia de la vida de este insecto en sus investigaciones. Investigaciones que coinciden con los diagnósticos de Noralba y su esposo, que el calentamiento afecta la producción de miel, que las abejas se ven afectadas por los pesticidas, que los monocultivos afectan el papel polinizador de las abejas, que si las abejas faltan, la vida y la supervivencia del ser humano se pone en juego. Unos y otros saben del papel crucial de estos insectos en la vida del ser humano.

Jhon Jairo Pinilla, el esposo de Noralba, es un militar pensionado que antes que militar fue campesino y, al igual que  otros cientos de miles de campesinos, su familia le legó ese amor por la tierra y esa extraña capacidad de resistir a las adversidades que tiene la vida en el campo. «Nora les habla como si fueran personas a las abejas, les habla de la manera más humanizante y ellas entienden, saben cuando se está triste o abrumado. Nosotros venimos acá a trabajar y sí, es un trabajo duro, pero ellas nos hacen olvidar de los problemas. Nos dan un aire y nos obligan a relajarnos. Ellas perciben si uno está enojado — Con una gorra trata de alejar a una abeja que lo rodea una y otra vez, trata de hacerla irse, pero la abeja no quiere despegarse de Jhon Jairo, y este sonríe y vuelve a tratar de alejar a la abeja solitaria—».

«Verá,  los monocultivos de aguacate Hass afectan a las abejas, por eso nos tocó venirnos para acá, está finca en medio de los cultivos de Cartón Colombia. Nos va mejor rodeados de pinos que de aguacate, porque el aguacate necesita mucho fertilizante y veneno y eso afecta a las abejas. Aún así, acá a las abejas les toca volar y buscar bosque. El problema es que se nota como se ha tumbado mucho bosque y eso no ayuda para que las abejas puedan polinizar».

El aguacate Hass se convierte en un eje económico importante para la región cafetera. Así lo atestiguan los reportajes que describen las bondades de la producción de este fruto. «Según la Unidad de Planificación Rural Agropecuaria (UPRA), en el país existen más de 63.000 hectáreas sembradas con esta fruta. El 38 % están en el Eje Cafetero: Caldas con el 22 %, Quindío con el 11 % y Risaralda con el 5 %. De ese total, 12.230 hectáreas se encuentran en municipios clasificados como Zonas Más Afectadas por el Conflicto Armado (Zomac), incluyendo 65 localidades del Eje Cafetero». Oro verde, lo llaman algunos, un oro del cual surgen varios interrogantes mientras se ve volar las abejas. ¿Hasta qué punto se puede sostener la producción de aguacate y garantizar o intentar proteger la vida de las abejas?, ¿Es posible pensar de manera sustentable para el medio ambiente la producción de aguacates?, ¿Cómo proteger a las abejas o garantizar corredores ecológicos para la seguridad de ellas y de los seres humanos?

Preguntas, solo quedan preguntas mientras Jhon Jairo, busca de reojo a Noralba, y cuenta como ellos rescatan abejas cada tanto tiempo. «Los amigos nos llaman o les dan nuestro número, cuando ven que hay un panal de abejas cerca de los cultivos o en las casas. Yo les digo “Vea, déjenle unos metros a las abejas, ellas les sirven más y ayudan a los cultivos”, algunos las dejan, otros nos piden que nos la llevemos. Lo importante es siempre salvarlas».

Las abejas vuelan y bailan en las colmenas, son un insecto cuya existencia nos intriga y condiciona. Noralba retoma la palabra después de quitarse los implementos de protección: «Enseñarle a la gente a que si llegan las abejas, de que si hay abejas, las cosas funcionan mejor o si llegan en algún sitio donde hay personas que le tienen mucho miedo a las abejas, entonces no las vayan a quemar, no les vayan a echar jabón, no les vayan a echar agua, no, déjenlas ahí que si ellas llegan es porque van de paso. Ellas van de paso y ya».

El veneno de las abejas está compuesto por apitoxina que incluye melitina que es la sustancia que provoca el dolor al ser picados por el aguijón. También incluye enzimas y péptidos como la fosfolipasa A2, la apamina y la hialuronidasa, que también contribuyen a sus efectos tóxicos y farmacológicos.  Jhon Jairo cuenta cómo en ocasiones utiliza el veneno para realizar un fármaco contra el dolor. Incluso el veneno de las abejas puede salvarnos. Una de las abejas ha descendido del panal y sigue volando alrededor de Noralba y Jhon Jairo, parece que algo quisiera decirnos, pero nunca lo sabremos.