Una virgen contempla imperturbable el horizonte. El horizonte que tiene a su alrededor está rodeado de un pequeño bosque que es a su vez asediado por diferentes cultivos. Esta virgen no cierra en ningún momento los ojos, y es testigo de los animales silvestres que han llegado a este pequeño oasis verde, en medio del verde de los cultivos y los pesticidas. Una finca que a su vez sirve de refugio para Ana Milena Bedoya Giraldo.

Una virgen contempla imperturbable el horizonte. El horizonte que tiene a su alrededor está rodeado de un pequeño bosque que es a su vez asediado por diferentes cultivos. Esta virgen no cierra en ningún momento los ojos, y es testigo de los animales silvestres que han llegado a este pequeño oasis verde, en medio del verde de los cultivos y los pesticidas. Una finca que a su vez sirve de refugio para Ana Milena Bedoya Giraldo.

 

«Y hay algunas que se despiertan muy temprano y uno lo sabe porque ellas extienden sus hojas. Entonces es muy bonito, porque son como las dinámicas que los seres humanos deberíamos adoptar a través de la observación que ellas nos permiten aprender. Pero a veces nos vamos como en el afán del día a día y cada vez estamos más lejos de conectarnos realmente con la esencia de lo natural, pero es un mundo fascinante». Ana Milena mientras habla le da la espalda a la Virgen que la protege; sin embargo, ni Milena ni la Virgen se sienten turbadas, ambas hablan el mismo idioma, comparten — al parecer — el mismo idioma de las plantas, el silencio. Y, tanto la Virgen, las plantas y Ana Milena conocen un secreto.

Quizá esa no atención sobre las plantas es posible rastrearlas en una mirada del mundo que se ha arraigado en el ser humano a lo largo de los siglos. Ver el mundo como una simple máquina que puede ser conocido en sus mínimas partes; los seres vivos, tanto animales como plantas, son simples máquinas que el hombre puede conocer a través de la razón. El mundo se reduce, entonces,  para este tipo de lógica, en una gran máquina. Ana Milena, sabe desde su práctica que estas plantas tienen un saber que ayudarían al ser humano a enfrentar el vacío en el que vive a diario. Porque entiende que ese horario que manejan algunas plantas hay orden que se reclama y que los seres humanos ignoramos, a saber, en qué momento descansar y en qué momento estar activas. Se ha perdido en el mundo de los seres humanos la capacidad de saber en qué momento detenerse, un movimiento mecánico infinito que busca la mayor producción y el menor bienestar. Solo hay tiempo para estar cansados.

 

«Por ejemplo, esta planta es muy adaptable, es muy versátil. La puede uno sembrar en un terreno que no esté tan fértil en tema, digamos, de nutrientes y ella fácilmente se adapta. Mire, este es un barranquito y de hecho este terrenito que hay acá, fue después de que hicimos el banqueo para la casa, fue como el accidente de esa tierra movida y no está nutrida ni nada, pero ella mire que pega super bien en ese espacio. Como hay otras plantas que son mucho más exigentes. Ellas dicen, «Yo no me voy a vivir a cualquier lado ni voy a crecer en cualquier lado.» Entonces es muy bonito porque ellas nos van enseñando cómo a través de ese lenguaje uno aprende a interactuar y aprender de ellas muchísimo». Ana Milena sigue contemplando un arbusto de romero, lo observa en detalle, sabe de sus propiedades, pero más que sus propiedades entiende su lenguaje y sus necesidades, como la de tantas otras plantas.

Ana Milena podría considerarse pertenece a una nueva categoría para entender la vida campesina, a saber, una mujer rural. Esta mujer nació y se crió en el campo, aún recuerda cómo jugaba con sus primos y amigos en La Florida de hace muchos años; aún así, esta mujer pudo acceder a estudios universitarios y se formó profesionalmente como ingeniera de alimentos. Pero ese vacío existencial que ronda la vida en las ciudades y los profesionales que trabajan en las urbes la hizo regresar para emprender su propio negocio. Ana Milena es una mujer rural que nació en el campo, se formó en la ciudad, retornó al campo para articular sus saberes como las intuiciones que la inundan sobre las plantas y otro tipo de forma de relacionarse con el mundo y, por supuesto, con las plantas.

«Yo estudié la básica primaria aquí en La Florida, en una escuela rural. El colegio también lo hice acá en el colegio de La Florida y a nivel profesional, pues a la par que trabajé, me hice profesional en el área de ingeniería de alimentos. Ejercí hasta hace dos años aproximadamente, pues todavía lo hago, pero ya no con la constancia que lo hacía antes, pues de cumplir un horario para una empresa y estar solamente sujeta como a ese tipo de actividades». Una de esas tantas escuelas rurales que solo tienen cartillas de Escuela Nueva, para tratar de entregar los conocimientos necesarios a los campesinos. Ana Milena, se formó en esas escuelas y tuvo la valentía para retornar al campo después de haber conocido los oficios que trae consigo la ciudad.

En ese volver, esta mujer rural sabe que el ejercicio para desarrollar productos orgánicos radica en volver a caminar los senderos de la niñez con otra mirada. Observando en detalle y entender el libro de las plantas que se abren a diario. Esta práctica está atravesada por el ensayo y el error permanente. Solo así puede descifrar los códigos de este nuevo lenguaje, el lenguaje de bienestar de las plantas.

«Entonces, algunas personas me dicen: «Si yo le compro este aceite, usted me garantiza que voy a dormir profundamente y que voy a estar muy tranquilo.» Y les digo: «Hace parte del tratamiento, pero no solamente es pensar eso. Por ejemplo, ahora el tema del manejo de dispositivos, estar como tan pegados a las redes sociales, eso hace que nuestro cerebro obviamente está muy disperso». Entonces, Yo lo que le cuento a la gente con el proyecto, esto es un tema integral y como su nombre lo dice, no solamente es que la planta va a ser magia, es también todo lo que yo conscientemente empiezo a manejar de manera responsable para ayudar a que mi cuerpo esté mucho más tranquilo».

El ser humano moderno quizás, sin saberlo, envidia la tranquilidad de las plantas. Y como relata Ana Milena, espera —ingenuamente— que un aroma, una pasta o cualquier objeto borre la angustia y el estrés. Es imposible no evocar a la droga Soma de Un Mundo Feliz del escritor Aldous Huxley, donde los hombres tenían toda la felicidad que deseaban con una simple droga. La distopía se volvía una realidad y solo quedaba la utopía de las plantas.

La utopía de poder traducir el lenguaje de las plantas en productos que sirvan para iniciar una mirada diferente sobre la vorágine de la vida moderna. Una apuesta que Ana Milena tiene a través de VerdeSana, emprendimiento verde que brinda productos de aseo personal con material vegetal para aportar al cuidado integral.
En las plantas  radica el secreto del detenerse, de saber levantarse a buscar el sol, de saber guardar silencio y abrir las hojas en el momento indicado.

Ana Milena sabe que la apuesta en la que se está jugando la vida, para muchos, puede ser delirante, un signo de locura o inmadurez, una expresión de hippismo trasnochado. Pero con la misma imperturbabilidad de la Virgen, ella entiende que su apuesta va más allá de una moda o un gesto de irreverencia adolescente. Entiende que es preciso realizar una labor «educativa», en hacerle entender a las personas que es urgente reducir el ritmo de vida, ser un poco más conscientes de la forma en que se habita y se consume en el mundo. La vida no puede ser un ir a trabajar, comprar, no dormir, tener ansiedad, volver a trabajar, volver comprar, volver a no dormir, volver a tener ansiedad…Las plantas tienen el mensaje para la humanidad, volver a la tierra, y los productos que elabora Ana Milena con VerdeSana son el medio para hacer llegar este mensaje. Aunque sean pocos los que entiendan o quieran entender lo que nos dicen las plantas.

 «Es muy interesante porque hace unos días ,yo camino, pues mucho por el territorio, y hablaba con un campesino y le llevé un regalo de un jabón que hice, y él me decía: «¡Ay, y esto cómo lo hace!». Y entonces yo le explicaba un poco y le dije: «Yo utilizo plantas.» Y me dijo: «Ay, pero acá el vecino tiene plantas.» Entonces yo le dije, «Sí, pero no me sirven.» Y me decía: «¿Y por qué no me sirven?» Y entonces yo le explicaba porque estaban fumigadas y me decía: «Ay, pero es que no dan.»  Y ellos son muy  tercos, digamos, en esa en esa tónica de que lo  que es agroecológico no funciona, pero es porque a ellos les han dicho que tienen que producir a gran escala y que se tienen que enriquecer y ese es el objetivo finalmente. Pero cuando yo le mostraba el producto terminado, el señor se quedó con la inquietud y me dijo: «Y entonces usted le compra a personas que realmente cultivan plantas sin químicos”.  El señor se quedó con la inquietud y él me dijo: «Voy a empezar a mirar qué puedo hacer en unos pequeños terrenitos». Entonces, pienso que sí hay posibilidades. Lo que pasa es que no es un trabajo de ir y decirle a la gente: «Siembre plantas y de hoy a mañana usted tendrá para proveerme».

Las lógicas Ana Milena rompen la producción a gran escala. Ella sabe que no puede cambiar todo de una manera abrupta, a lo sumo, unos cuantos campesinos, unos cuantos compradores, unos cuantos… son la posibilidad de repensar la relación con la tierra y las plantas. Son esas personas la posibilidad de habitar, de nuevo, con tranquilidad en el mundo.

«Y es que no es algo nuevo, o sea, es simplemente desempolvar lo que antiguamente hacían nuestros abuelos, nuestros ancestros. Es recuperar esa tradición que por algo lo hacían y vivían de manera más sencilla y mucho más tranquila, pensaría yo». En este punto del relato, algo emerge, una clave, una pista. Por años, el saber de los campesinos fue mal visto, interpretados como una clase social que debía convertirse en otra, de campesinos a obreros; leídos como un rezago del feudalismo, el saber del campesino es una mitología; los campesinos no existían para el Estado, solo hasta el 2018 se pudo definir qué era un campesino en Colombia. Pero las palabras de Ana Milena se rompe con esa tradición que ve al campesino como una sombra. En el saber de los campesinos se halla, quizás, una clave para romper con las lógicas de ansiedad y vacío de la vida moderna.

«La gente quiere estar en la ciudad porque sienten que la ciudad es sinónimo de progreso, sienten que la ciudad es avance. Obviamente, hay avance, hay tecnología, hay mucho que hacer allí, pero estamos en un círculo vicioso de la tecnología y de estar como en competencia. Yo creo que cuando estamos en el campo vamos a unos pasos mucho más lentos, o sea, cuando nos aislamos un poco de las dinámicas, no es que nos tengamos que aislar totalmente la ciudad, porque sin campo no hay ciudad, sin ciudad no hay campo. Pero yo creo que cuando nos volvemos adictos a las dinámicas de una ciudad, perdemos la esencia. Entonces, lo importante lo trasladamos».

Ana Milena sabe que es imposible romper la “tensión” entre el campo y la ciudad. Ambos se necesitan. Pero es indispensable volver al campo en términos de tener otro ritmo, una posibilidad de bajar la velocidad y poder detenerse. «No, ya he hablado demasiado. He hablado demasiado. Es que a veces a veces yo me salgo mucho como del tema…». Las palabras de Ana Milena se detienen, solo sonríe y observa a su alrededor, busca de manera consciente una planta que pueda leer y sentir. Aquí, ella busca con la mirada la poética de alguna planta, mientras en otros espacios, como ferias y mercados campesinos, sigue compartiendo su mensaje de cuidado integral, a través de VerdeSana, con la producción de desodorantes, cremas, aceites, jabones y más, hechos a base de plantas, plantas sin químicos y sembradas con cuidado, respetando su ciclo natural; como si cuidando las plantas, cuidáramos también nuestra propia vida.

Proyecto Ganador de la Convocatoria de Concertación Municipal PEREIRA 2025