“Dios me dio la fortaleza de separarme, y  no me ha desamparado en todo lo que he hecho hasta ahora. Gracias a Dios me ha salido bien todo. De la mano de Dios hice lo que más le gustaba  hacer qué eran esas  tortas de trucha.” Así comienza la conversación con Cenelia Bedoya, una mujer de 81 años, que se pensionó por trabajar haciendo labores de limpieza en casas, hace treinta y siete años divorció y vive en La Florida, esta anciana  terminó por ser la mujer que  inventó uno de los platos típicos del corregimiento: la torta de trucha.

Llegar al corregimiento de La Florida es toparse con los cultivos de cebolla, las nubes de moscas, oír el río Otún descender de la laguna y ver campesinos trabajar en las montañas. También es ver cómo los cuerpos motivados por el deseo de montar en bicicleta se esfuerzan una y otra vez para llegar a La Florida, sea la meta o una parada más para continuar con el recorrido que se han impuesto. El trofeo, simbólico y alimenticio, que estos cuerpos se imponen como motivación para alcanzar su meta suele ser una torta de trucha.

Pero detrás de todo plato de comida, se oculta —- el fetiche de las mercancías—- la historia de las manos que cocinaron, las relaciones de poder, la violencia, el silencio y, por supuesto, el deseo de libertad. “ La invisibilidad del trabajo y los conocimientos de las mujeres tiene su origen en un sesgo de género que impide una evaluación realista de sus aportaciones”. Esto es lo que plantean Marie Mies y Vandana Shiva en el texto: La praxis del ecofeminismo. Es decir, pensar las prácticas cotidianas a través de las cuales los cuerpos de las mujeres han sido borrados, una y otra vez. Por fortuna, el cuerpo de doña Cenelia, atravesado por el tiempo, se afirmó su libertad a partir de un plato de comida.

“Dure veintinueve años casada con él y a mí me tocaba, muy duro. Levantando niños, levantándome a  las 4 de la mañana, para preparar la alimentación para los trabajadores de la granja de Sierra Morena. Y era  a él al que le pagan. Yo no recibía nada de esa plata. Las mujeres hemos sido muy sufridas toda la vida”. Las palabras de doña Cenelia se confunden con el ruido del aceite caliente que recibe las tortas de trucha, un aguacero de aceite que obliga a agudizar el oído para escuchar a esta mujer.

La antropóloga india Vaena Das utiliza la imagen de un río y sus dos orillas para ilustrar las formas de violencia que viven las mujeres. Una de las orillas del río tiene las imágenes de la violencia, los relatos, los silencios; la otra orilla, la de la vida cotidiana, en la que las mujeres viven realidad y en ocasiones expresan su duelo. La orilla de los relatos y las historias de violencia es difusa, llena de neblina, se hace imposible a veces narrar lo vivido desde la orilla de la cotidianidad. Vaena Das, se percata de que las mujeres desarrollan la capacidad de aguantar esa tensión; Doña Cenelia, sentencia en plural de la tercera persona —con la distancia que da ya haber vivido esa violencia—  que las mujeres son muy sufridas, por lo menos las de su época.

 

“Después de que me separe no tuve que conseguir otro marido para que me mantuviera ni me maltratará. Mi primer trabajo —que yo creo que la señora todavía está viva— le dije a la señora: yo soy casada, y me estoy separando, no tengo estudios, y solo sé hacer de comer, para trabajadores. Ella me vio y me dijo: “ tranquila, mi hija”. Ese fue el primer trabajo, con  una señora que vendía productos Maxfactor. Ella fue como una madre para mi”. Una madre simbólica que le dio la oportunidad de que su fuerza de trabajo no terminará en las manos de un hombre; el dinero ya no destinado a la voluntad de otro; no, el dinero ganado con sus manos y administrado por ella misma.  

Los miércoles por la mañana no se ven las manadas de ciclistas subir a La Florida. Uno que otro pensionado solitario quiere mantener la rutina y se esfuerza por tener su cuerpo en un buen estado. A lo lejos un par de adolescentes fugados de algún colegio suben montados en una sola bicicleta para tener una mañana divertida en el río donde puedan disfrutar del agua fría y un cigarrillo de marihuana. Prófugos del sistema educativo se sienten liberados de toda atadura al estar cerca de las aguas del río Otún. Estas aguas  ven correr las historias de cada una de las personas que llegan a ellas, a veces tenemos la fortuna de conocer algunas de esas historias, como gotas que se salen del cauce y llegan a la orilla, por un instante.

 

“Y hoy en día los matrimonios son más distintos, los hombres como que tienen más conocimiento y ambos trabajan y ambos colaboran, pero anteriormente la mujer era una esclava, uno tenía que trabajar y uno no tenía voz ni voto, sino lo que el marido dijera. Pero  hay hombres que, por ejemplo, se casan no por amor, sino por tener una sirvienta” Doña Cenelia parece encarnar un reclamo milenario en la historia de la humanidad, el reclamo por el reconocimiento de ese cuerpo femenino que se rehúsa a ser visto como una esclava o una simplemente máquina de parir hijos y trabajar.

 

Las tortas de trucha ya están listas y doña Cenelia con toda la historia en su cuerpo y en sus arrugas, se levanta para ir por un café y seguir conversando. En algúnos bocados de comida se halla la libertad, en otros continuan las formas de esclavitud.