“Si yo muero, se acaba todo”. Con esta frase categórica Luz Marina López , yerbatera del corregimiento de La Florida, advierte de un saber que está en peligro. Ella es una de las pocas que quedan en la zona que alberga en su memoria los conocimientos alrededor de los beneficios que tienen las diferentes plantas medicinales que hay en su jardín.
Sesenta y nueve años tiene Luz Marina, gran parte de su vida ha recetado plantas medicinales, y en sus palabras, persiste el eco de un médico sumerio anónimo que al final del tercer milenio antes de Cristo realizaba recetas para aliviar dolores. Samuel N. Kramer, en el Libro La historia empieza en Summer, menciona que este primer farmacéutico tenía —- gracias a una tablilla que se preserva —- cientos de remedios naturales para las dolencias. “Pero la mayoría de sus remedios eran entresacados del reino vegetal: plantas como la casia, el mirto, la asafétida y el tomillo; árboles como el sauce, el peral, el abeto, la higuera y la palmera de dátiles. Estos simples se preparaban a partir del grano, del fruto, la raíz, la rama, la corteza o la goma de los vegetales en cuestión, y debían conservarse, igual que hoy en día, en forma sólida, o sea, en polvo”.
Ambos conocen las plantas y sus efectos medicinales sobre los cuerpos. Ambos han sido consultados por alguna persona que sufre alguna dolencia. Ambos leen las recetas que se hallan en los tallos y las hojas de las plantas que desde siempre han acompañado a la humanidad. Pero Luz Marina tiene su biblioteca medicinal albergada en los estantes de su memoria, la oralidad y el recuerdo le permiten recetar con la precisión de un médico las recetas que alivien o mitiguen los malestares del cuerpo.
“Por la mañana me levanto y tomó el café. Hago mis oraciones y me vengo a las mis plantas y yo todos los días les pongo cuidado acá en el jardín”. Luz Marina tiene una gran sonrisa, se mueve con soltura en el jardín que más parece un pequeño laberinto donde en cada rincón hay una planta con una función especial. Mientras se mueve de un lado a otro y señala y toma y corta y siembra es inevitable no pensar en los efectos sobre la salud que tiene el jardín. “La jardinería es lo que sucede cuando convergen dos energías creadoras: la humana y la de la naturaleza. Es un lugar de la superposición entre lo que es “yo” y el “no yo”, entre lo que podemos concebir y lo que el entorno nos da para trabajar”. Así lo expresa Sue Stuar-Smith en La mente bien ajardinada, y es posible relacionar estas palabras con el cuidado que tiene Luz Marina con su jardín. Su mente se mueve entre los atributos de la naturaleza y las necesidades del ser humano, una artista que conjuga el saber de las plantas medicinales con las dolencias de los cuerpos..
El llantén (plantago major) es una planta herbácea que crece en la tierra y parece más una pequeña ciudad verde. Su tallo es corto, por lo general, mide entre diez centímetros, pero más que aferrado a la tierra, el llantén parece que quisiera aferrarse a las nubes. Esta planta no tiene propiamente un tallo, pero sus hojas se extienden por más de quince centímetros. Una espiga se alza como una torre en medio de las hojas, allí saldrán las flores y los frutos. El llantén es una obra de arte de la naturaleza. Pero esta obra además de estética tiene varios beneficios que Luz Marina ha aplicado por generaciones para tratar el asma, la hipertensión, infecciones urinarias, gastritis, hemorroides y una cantidad más de dolencias que afectan a los cuerpos en el campo.
“Es importante para enseñarles a los demás personas, si usted siente un dolor, vea, tómese esto; o les digo «esta rama es para aliviar ese dolor», o me preguntan «¿para qué la verbena?», «¿para qué el llantén el limoncillo?»”. Luz Marina no es cofre de cerrado con las recetas y saberes milenarios de sus plantas; es un campo abierto donde cualquiera puede acercarsese acerca movido por el dolor propio o de un familiar. Aquellos que buscan aliviar un malestar a través del reino vegetal, quieren sanar su cuerpo, ya que es posible que el sistema de salud le haya cerrado las puertas o haya condicionado a una cita en quince o veinte días, mientras el dolor persiste. Luz Marina, hasta ahora, siempre ha estado ahí con sus saberes y sus plantas.
“Me gusta aprender, hay veces que le digo a una persona que yo no sé de esa rama. Entonces ellas me forman: me dicen para qué sirve y qué remedio se puede hacer. Así entonces me gusta aprender y también enseñarle a las personas” Luz Marina va por un cuchillo y empieza a podar una mata que, al parecer, necesita ser cuidada. Mientras sus manos se mueven con el tacto de un cirujano para no lastimarla, se logra entender que este saber no es un premio que se atesora y se guarda. Este saber se mantiene en la palabra viva del que viene enfermo y pregunta, de aquel que le enseña a Luz Marina una nueva receta y esta a su vez no retiene —- con el afán del avaro—- ese saber si no que lo comparte a cualquier forastero adolorido que llegue a su casa, esperando —- eso sí— que este, a su vez, transmita esa receta a alguien más. Mantener viva los saberes de cuerpo en cuerpo, de voz a voz , más allá del tiempo y de la enfermedad, parece ser el legado de Luz Marina.
La yerbatera se mueve en su casa, ve a sus hijas y nietos, uno de ellos juega con un celular, está ahí en silencio. Ella lo mira y sonríe con el amor de una abuela que ve en su nieto un retoño más del jardín. “Yo pienso que si quisiera que alguien me escuchara y compartir con alguien que le interesara también lo de las plantas para que sirven.” En ese deseo de compartir, late el afán de que sus saberes no mueran con ella, sabe que si las fórmulas y las recetas no se guardan más allá de su cabeza, cuando ya no esté en este mundo, esa biblioteca medicinal que porta en su memoria habrá de ser clausurada para siempre y el olvido vencerá tanto a la enfermedad como a los cuerpos.
Es imposible no pensar en el contraste de aquel médico summerio que preservó sus saberes a través de una incipiente tablilla que resistió al tiempo. Mientras que la tentación del olvido respira muy cerca del jardín de Luz Marina.
Dirección general, investigación y fotografía: Jessica Arcila Orrego
Investigación, textos y reportería: Christian Camilo Galeano
Apoyo logístico: Luisa M. Orrego
Guía de campo: Juanita Torres
Producción audiovisual: Insign Media
Diseño gráfico: Frances Astaiza
Manejo web: Harrys Tapasco
Exposición y montaje: Omar David Grisales
Talleristas Encuentro de Saberes: Colectiva Las Cuchas
Agradecimientos especiales a:
Diego Hoyos, Susana Toro, Ana Lucero Toro Soto, Jessica Lorena Galvis, Albeiro Guiral, Ángela Orrego y Camilo del Mar.
Gestión y coordinación
Escritor y cofundador Ckabai
Investigación y perfiles
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