La voz de Julia Isabel Pineda se confunde con el viento, es un susurro entre el follaje. Ambos, el viento y Julia, transportan semillas de un lugar a otro; el viento juega con ellas, las deja donde el azar lo indique; Julia las resguarda de las adversidades del clima y del olvido.

 

El viento sopla, mientras Julia evoca el pasado: «vivir en el campo, al lado de los padres, y mirar el ejemplo de las siembras fue muy bonito, porque yo siempre he sido custodio de semillas y de sembrar el alimento para consumir». El viento avanza hacia atrás y Julia revive esas imágenes de un pasado que no parece tan lejano, del cual quedan siempre las semillas. 

 

En una semilla está contenido el universo: el tallo, las raíces, la flor, el fruto, todo. Al interior de las semillas, está el embrión que espera que las condiciones externas sean adecuadas para germinar. Cientos de miles de semillas no logran “nacer”, se pierden en el follaje o son consumidas. Unas cuantas tienen la fortuna de que la humedad de la tierra y el agua permitan que la corteza de la semilla (testa) se rompa para dar paso a esa raíz originaria (radícula) que será el inicio del tallo, las raíces y el fruto. Detrás de cada planta hay una mezcla de fortuna y azar que da paso a esas formas de vida que se aferran a la tierra.

 

De esa gran cantidad y diversidad de semillas, existe un segmento que acoge a diferentes tipos de frijoles, maíces, plátanos, hortalizas y tantos otros cultivos que antes servían para alimentar a los campesinos y protegerlos del hambre. Hoy  por hoy, debido a los procesos de comercialización y tecnificación de la agricultura, solo se cultivan algunas de estas. Dicha práctica ha puesto en vilo la existencia de gran variedad de semillas que sobreviven gracias al trabajo de custodios que, pese al esfuerzo que esto implica, guardan  la memoria de la tierra escrita en cada una de ellas.  

Cuidar de una semilla, es como cuidar de la familia, custodiar su alimentación, escuchar sus necesidades.

Julia sigue mirando los cultivos que están alrededor de su hogar, mientras revuelve unas cuantas semillas en sus manos, toma aire y continúa con el relato: «Hago varias labores acá: sembrar y ayudar con las semillas, porque igual hay que estar pendiente de todo. Yo he estado ahí también haciendo los semilleros para luego ponerlas en la tierra. Con la semilla siempre hay que estar pendiente, es una responsabilidad, hay que quitarles la hierbita que les crece al lado y saber cuando ya están de cosechar  para comer. Y luego, para dejar otra vez en la tierra, porque uno saca las semillas y siempre está pensando que es para comer, pero hay que dejar también para volver a sembrar. Con la familia ya son varios años de custodiar la semilla».

 

La familia de Julia Isabel viene de una tradición de custodios de semillas (mejor conocidos en  ámbitos académicos como: “Los Genaros”) de más de seis generaciones que han habitado el territorio. Esta familia desarrolla sus actividades agrícolas en una finca que cuenta con un área de 35.5 hectáreas , cerca al río San Juán en la vereda San Marcos del municipio de Santa Rosa de Cabal. Si bien, administrativamente están ubicados en jurisdicción del municipio de Santa Rosa de Cabal, la cercanía con la cuenca media del río Otún y con el corregimiento de La Florida hace que está familia haya construído sus lazos vitales alrededor este territorio. El papel agrupa y uniforma a los ciudadanos, pero en los territorios germinan las vivencias que nutren el paisaje social de aquellos que habitan un espacio.

 

“Los Genaros” por mucho tiempo realizaron prácticas agrícolas tradicionales —utilizando agroquímicos y fertilizantes—, pero en un punto la historia cambia. A partir de repensar la relación con la tierra, estos hombres y mujeres deciden dar un paso al costado, para apostar por cultivos agroecológicos y ser custodios de las semillas. De ahí esa iniciativa casi delirante de construir la Reserva Agroecológica “Los Genaros”, una apuesta por cambiar la relación con la tierra, ya no a partir de la producción, sino del respeto con la misma. 

 

De esa tradición de hombres que cultivaron  —cultivan—  la tierra, emerge otra tradición importante: la historia de aquellas mujeres que también estuvieron y están ahí para trabajar la tierra, ejercer los oficios del cuidado y custodiar las semillas. «Las abuelas siempre se dedicaban a las labores de la cocina —cuenta Julia—-, ayudaban con la leña, la siembra, el cuidado de los animales; además trabajaban el barro y hacían las vasijas que eran muy útiles en el hogar. También cocinaban, bordaban, hacían la ropa para la familia, algo que no es tan reconocido. Mi madre tejía, bordaba, cuidaba la siembra y nos hacía la ropa. Mi madre se dedicaba al hogar y al amor por sus hijas, de estar pendiente, eso es muy bonito. Al estar al lado de la madre uno siempre está aprendiendo». El trabajo del cuidado del hogar — una metáfora más del trabajo con la tierra—  teje lazos entre los miembros de una comunidad, al tiempo que conecta los cuerpos con la tierra.


El viento roza las flores que están alrededor de la maloca donde viven Julia y su familia. Ella, a su vez, las toca con cuidado, las observa en detalle, sabe que cada una de esas flores y semillas contiene un misterio y una verdad. No lo expresa con palabras, Julia se mueve en silencio por entre los cultivos y el jardín, es una flor más entre las flores  o, para ser más precisos, Julia  es una semilla en movimiento.

«El jardín me parece hermoso, me gustan mucho  las orquídeas, de hecho tengo por ahí varias en los árboles, otras en canastas, también voy y hago labores manuales, tejer y bordar. Entonces ahí uno está entre una labor y otra, así se va el día». Tejer, labrar la tierra y cuidar la familia son las labores en las que Julia  echa raíces todos los días.

 

«Hogar, eso viene de la hoguera, del fuego. Antes se acostumbraba a estar ahí, la familia estaba siempre en torno al fuego. Se hacia el alimento y se compartía la palabra. Hogar viene de familia unida, donde se reúnen  círculos de palabras: diálogos y aprendizajes». El humo de una pequeña hoguera brota al interior de la maloca, cubre la entrada a la cocina donde Julia prepara una bebida hecha con frutos que allí se han cultivado. Sabe que los cuerpos necesitan de las palabras y de los frutos de la tierra para alimentarse.

 

Una nube devora la montaña que está detrás de la maloca donde vive Julia con su esposo e hija. Mientras el viento sopla con fuerza avisando que se acerca un aguacero, Julia desenreda los hilos con los que está tejiendo un pequeño bolso, a su alrededor hay algunos cuencos con semillas. Los hilos son las raíces de una semilla que ha germinado y se extienden por toda la Maloca. Julia, al tejer, une con un delgado hilo las semillas de las cuencas, con la tierra y la historia de las mujeres de una familia.

SER SEMILLA

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