Una anciana ciega recorre los pasillos de la casa, tantea con sus manos los objetos que se puede encontrar; palpa con los dedos las sillas del comedor, responde ante las preguntas de sus nietos que está bien, que todo marcha bien. Sale de la casa de manera silenciosa, pero su presencia habita todo el lugar, es como si ella misma fuera la casa.
Su nieta, Nora Zuleta, es una mujer jóven con una gran sonrisa, ella viene de una familia de tradición en La Florida conocida como Los Genaros. Nora hace parte de la sexta de siete generaciones de una familia que tiene un vínculo estrecho con el territorio, unos han labrado la tierra y otros han profundizado en el vínculo espiritual que se puede — se debe— construir con ella. Muchos hombres han pasado por estas tierras, al igual que muchas mujeres
Nora es guía de montaña, intérprete ambiental, esposa, zootecnista, profesional en turismo, madre, artista, emprendedora, artesana, campesina y mujer. Una amalgama de labores y prácticas que ha desempeñado a lo largo de su vida. Desde pequeña, confiesa, ha tenido una pasión por el estudio y por el conocer, esto la llevó a -según la sociedad- tener “prácticas que no eran de una niña”. Porque una niña no debía correr, saltar, jugar bruscamente, interrogar, investigar, querer conocer más y más; “una niña debe comportarse”. Por fortuna, Nora ha podido explorar diferentes facetas de su vida, no ha sido excluida por la pasión de la montaña con la dura experiencia de la maternidad. ¿Qué tendrá mayor dificultad, ascender a una montaña o cumplir el rol de madre?
La antropóloga colombiana Virginia Gutiérrez de Pineda estudió las formas en las que las diferentes culturas que hay en el territorio colombiano erigen redes de presión que subordinan a las mujeres a la palabra y acción del hombre. Reflexionó como esa subordinación también produce, como un subproducto de la sociedad, la figura de la madre soltera, abandonada y echada a su suerte con los hijos que un hombre le dejó. En el perfil de Virginia Gutierrez de Pineda escrito por Gloria Susana Esquivel, dice la antropóloga: “Cada imagen femenina es una colcha de retazos donde conviven vestigios del ayer y un presente hacia el futuro. La mujer moderna aglomera estatus y roles. Arrastra los antiguos y se acomoda en los nuevos”.
Una colcha de retazos. Esa puede ser una imagen con la que podemos asociar a Nora, pero ni siquiera una colcha de retazos -un buen elogio- sirve para entender las complejidades que habitan en el cuerpo de una mujer. Nora, por el hecho de ser mujer, tuvo miradas que interrogaron sus acciones y deseos; pero pudo erigir no solo un rol en su vida, sino muchos, al ser: guía de montaña, intérprete ambiental, esposa, zootecnista, profesional en turismo, madre, artista,emprendedora, artesana y campesina, no fue por ser mujer -condición biológica- , fue gracias a estos que pudo encontrar lo que la define como mujer.
Desde pequeña ha caminado las montañas, ha subido y bajado por los diferentes senderos y trochas. Aún recuerda cómo iba a coger mora y empacar a fincas vecinas o de sus familiares. Esos primeros pasos y recorridos formaron el cuerpo que tiempo después pasaría horas y días subiendo las montañas del Parque Nacional Los Nevados.
Por un sendero de la finca donde vive Nora hay un pino ciprés, fue sembrado por uno de sus antepasados, “el árbol abuelo”, así lo llama mientras se detiene por un momento a contemplarlo. El árbol ha sido testigo silencioso de cada una de las generaciones de esta familia, más que un testigo, ha sido un compañero de juego para los niños y un santuario para los adultos. “El árbol abuelo” que habita esta tierra en una temporalidad diferente desde el silencio ha visto mutar y transformar el territorio, al tiempo que ha visto nacer y morir a los hombres y mujeres de esta familia. Nora lo observa, por un minuto más y luego lo deja atrás, siempre son las personas que dejan a los árboles, ellos siguen, por un tiempo más.
En su trabajo de guía de montaña Nora recuerda la vez que subió con una familia a conocer el Nevado de Santa Isabel. El padre deseoso que su hijo viera la nieve, hizo un sobreesfuerzo al cargar al niño y su cuerpo en un punto del trayecto tuvo una crisis. Nora, la mujer, la madre, la guía de montaña, la intérprete… tuvo que atender a esa situación y saber resolverla a más de 3.500 m.s.n.m. La guianza de montaña le ha permitido aprender a tener tranquilidad y, fundamentalmente, a aprender a respirar.
Mientras camina por los senderos de la finca Nora se detiene a observar los frutos,“Estos son unos huevos de mono, aquel es un yarumo y es un buen signo para entender que el ecosistema está bien, donde crece él, crece el bosque. Este otro es un molinillo, este un comino”. Nora confiesa la importancia de ser intérprete ambiental, porque la gente no ve lo que hay en un paisaje, en un sendero, siguen de largo. El intérprete tiene la capacidad de mirar y reconocer en cada detalle del paisaje un signo que remite a un significado. El intérprete ambiental lee la naturaleza como leyendo una obra de arte. Nora puede leer en cada rama la historia de un árbol, pero más que su historia, siente que en esa hoja se encuentra la expresión misma de la vastedad del universo.
Por un momento se queda mirando a un Yarumo blanco que está en un filo de la montaña. Lo mira detenidamente, y cuenta cómo ese árbol es el primer paso para la recuperación de un ecosistema. Primero aparece el Yarumo y gracias a sus frutos llegan aves y mamíferos a esparcir semillas. El bosque crece alrededor del Yarumo, al igual que crece en cada palabra de Nora.
Mientras seguimos caminando, Nora mira el bosque que se alza al frente. Cuenta que hace muchos años fue una finca ganadera, luego lo tomó Cartones de Colombia, pero una pelea de uno de sus familiares permitió que esas plantaciones al servicio de la multinacional irlandesa se convirtieran en bosque que garantiza la flora y la fauna. Nora ha recorrido ese bosque una y otra vez.
“En una ocasión fui con un biólogo y nos metimos en el bosque, mi abuelo me había indicado por dónde podía meterse. El biólogo estaba preocupado porque “no había caminos”, pero en un punto del trayecto me senté , hice una oración y el bosque me mostró el camino. Un camino que había dejado una danta, “la jardinera del bosque”. Ellas caminan por los bosques regando las semillas y siempre llevan a donde hay alguna fuente de agua.” Las dantas con su figura corpulenta abren senderos que pueden servir a aquellos que recorren las montañas.
Al regresar a su casa, no se ve dónde está la abuela, desde otro punto se alcanza a ver el “árbol abuelo”. Todo parece estar conectado, las palabras de Nora, las raíces del árbol abuelo, las nuevas generaciones que caminan por la reserva, los tíos, las aves, el yarumo blanco, la danta que camina por las montañas, todo lleva a un mismo punto: la tierra.
Dirección general, investigación y fotografía: Jessica Arcila Orrego
Investigación, textos y reportería: Christian Camilo Galeano
Apoyo logístico: Luisa M. Orrego
Guía de campo: Juanita Torres
Producción audiovisual: Insign Media
Diseño gráfico: Frances Astaiza
Manejo web: Harrys Tapasco
Exposición y montaje: Omar David Grisales
Talleristas Encuentro de Saberes: Colectiva Las Cuchas
Agradecimientos especiales a:
Diego Hoyos, Susana Toro, Ana Lucero Toro Soto, Jessica Lorena Galvis, Albeiro Guiral, Ángela Orrego y Camilo del Mar.
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